La epidemia del siglo XXI

Lic. Olga E. Vega
Escuela Ciencias del Envejecimiento -  Universidad Maimónides

Si bien ya hay quienes hablan de la SOLEDAD como  “LA EPIDEMIA del siglo XXI” no pude dejar de sorprenderme al leer la noticia que la primera ministra británica Theresa May había nombrado a Tracy Coach como Ministra de la Soledad. Una de las primeras tareas de la nueva Ministra fue la de generar políticas públicas en rubros como vivienda, salud, educación y de soporte social para personas en soledad.

El aislamiento social y la soledad influyen decisivamente en el bienestar y la calidad de vida de las personas y fundamentalmente en los mayores. Por diversas investigaciones desde hace décadas sabemos que las relaciones sociales están vinculadas a la salud física y mental.

Una red social satisfactoria promueve comportamientos y hábitos saludables

La soledad, en cambio, aumenta el riesgo de sedentarismo, de tabaquismo, de consumo excesivo de alcohol y de alimentación inadecuada. La cantidad y la calidad del sueño también pueden verse afectadas en personas que padecen soledad, provocando una mayor fatiga durante el día.

¿Es lo mismo la soledad y el aislamiento?

Vivir solo no implica forzosamente padecer aislamiento social ni soledad. Las personas que viven solas pueden gozar de una activa vida familiar y social. Por el contrario, algunas personas que viven en compañía pueden sentirse muy solas si tienen malas relaciones con sus allegados. En un reportaje el actor Robin Williams dijo: «yo pensaba que lo peor de esta vida era acabar solo. Y no lo es. Lo peor es acabar con gente que te haga sentir solo»
Los expertos han diferenciado los conceptos:

  • aislamiento social y  
  • soledad

Se entiende por aislamiento social a la situación objetiva de tener mínimos contactos con otras personas, ya sean familiares o amigos. En cambio, con relación a la soledad podríamos mencionar distintos tipos de soledades: la emocional, la relacional, la colectiva.
La primera es la sensación subjetiva de tener menor afecto y cercanía de lo deseado en el ámbito íntimo (soledad emocional), la segunda sería el experimentar poca proximidad a familiares y amigos (soledad relacional) y la tercera es el sentirse socialmente poco valorado (soledad colectiva).

La soledad emocional hace referencia al grupo de una a cinco personas íntimas a las que podemos acudir en busca de apoyo emocional en momentos de crisis. Esta situación, muy vinculada a la viudez, afecta tanto a hombres como a mujeres.

La soledad relacional se produce en el grupo de 15 a 50 personas con las que simpatizamos. La falta de contactos en este entorno produce soledad relacional (de relaciones) y afecta principalmente a mujeres.

Por último, la soledad colectiva, aparece cuando nos sentimos socialmente poco valorados por el grupo de 150 a 1.500 personas con las que interactuamos, por ejemplo,  a través de asociaciones voluntarias. Este tipo de soledad afecta principalmente a los hombres.

 

Efectos sobre la salud del aislamiento social y la soledad

Las personas con menos conexiones sociales suelen presentar patrones de sueño discontinuos, alteraciones del sistema inmunitario, más inflamación y niveles más altos de las hormonas relacionadas con el estrés. Diversas investigaciones han revelado que el aislamiento aumenta el riesgo de cardiopatías en un 29 por ciento y de infarto en un 32 por ciento.

En otro análisis que agrupó datos de 70 estudios y 3,4 millones de personas, se halló que las personas socialmente aisladas tenían un riesgo mayor —un 30 por ciento más— de morir en los siguientes siete años, y que este efecto aumentaba en aquellos de mediana edad.

Por otra parte, sabemos también que la soledad puede acelerar el declive cognitivo en los adultos mayores, y las personas aisladas tienen el doble de probabilidades de morir prematuramente que aquellos con interacciones sociales más sólidas. Recuerden que en varias ocasiones hemos mencionado la importancia que tiene la estimulación y la actividad en la prevención del deterioro cognitivo.

Estos efectos comienzan a una edad temprana: los niños socialmente aislados tienen una salud significativamente peor 20 años más tarde, incluso después de haber controlado otros factores.

En suma, la soledad es un factor de riesgo de muerte prematura tan importante como la obesidad y el tabaquismo.

Con relación a la población anciana aislada se ha comprobado que consume más recursos sanitarios: tiene un mayor riesgo de caídas, más reingresos hospitalarios, más institucionalización y necesita más atención domiciliaria.

El aislamiento social y la soledad predicen la mortalidad con la misma consistencia que muchos factores de riesgo conocidos.  El riesgo de mortalidad prematura aumenta un 26% en personas que sienten soledad, un 29% en personas con aislamiento social y un 32% en las que viven solas.

Las personas que experimentan soledad describen una sensación de estar desconectadas del mundo, sin rumbo, con una vida carente de sentido, sin posibilidades de poder identificarse con los demás. Sienten que no forman parte de nada ni de nadie, de que algo en el interior está vacío, aislado, sin sentido de pertenencia.

Las personas son sociables por naturaleza y desde el origen de los tiempos se constituyó en grupos para sobrevivir. Sin lazos de solidaridad el ser humano se siente más indefenso y resiste menos el estrés. Cuando nos sentimos acompañados, apoyados por otros, caminamos de otra forma por la vida nos sentimos más seguros y tenemos una certeza más profunda de la propia identidad.

Los convoco a que juntos luchemos para que la soledad no se convierta en una epidemia. DE NOSOTROS DEPENDE.