Crónica de una abuela en un gimnasio

Frente a la recomendación de su médica de cabecera, Edith se anotó en un gimnasio cerca de su casa. Le propusimos oficiar de corresponsal y compartió su particular experiencia, buscando colaborar con quienes intentan dar respuesta a este desafío.

Edith Rinaldi forma parte de la comunidad del Italiano que participa en esta sección de la revista, especialmente dirigida a los adultos dispuestos a mantener su autonomía. Es por ello que le encomendamos la misión de contarnos su experiencia en un moderno gimnasio al que se anotó como respuesta al pedido de “ejercicio acorde a la edad”, que le indicó su médica de cabecera.
“Es imposible no darse cuenta, uno necesita empezar a moverse un poco.” Así que este año tomé la decisión, me di cuenta que me estaba “poniendo dura”, notás que no podés subir bien a un vehículo, o no podés abrocharte algo atrás... Y, hoy, las mujeres tenemos muchos más compromisos que nuestra mamá o abuela: la bancarización, viajar para ver a los nietos, llevarlos a pasear, una no puede quedarse en casita tejiendo crochet... Y juntarse con amigas, ir al cine, al teatro, a tomar café, hacer cursos y talleres, son actividades habituales. ¡Lo que no era habitual era el tema de la gimnasia...!
“Pertenezco a una generación de mujeres que nos criamos con otros requerimientos”.  El gimnasio no estaba presente, algunas lo vivimos muy poco en la escuela secundaria pero nada más. El miedo a que el cuerpo duela más de lo que está doliendo ahora son justificaciones que nacen de la falta de la práctica, de no haber sido educados en este cuidado del cuerpo, porque la cultura de hace cincuenta años no era la misma. Y tampoco la vida era tan extendida, la ciencia logró que uno llegue más lejos y todo el aparato está más gastado. Así que tuvimos que empezar a pensar en esta posibilidad...
“Los médicos hablan de la necesidad de caminar un poco cada día pero no es fácil porque uno está achanchado, es un cambio de hábitos. Y la adopción de un hábito -así, de pronto- es un desafío.”
Buscar algo cerca y superar excusas propias. Encontré una cadena de gimnasios muy conocida a cuatro cuadras de casa, justo al lado de un teatro. Así que entramos todos juntos, los que vamos a ver teatro y los que vamos a protagonizar la vida (risas). Porque ese es nuestro teatro, a veces estamos entre el público, pero muchas veces tenemos que subir al escenario a protagonizar nuestra propia historia.
No son baratos y te hacen suscribirte por un año para pagar menos, así que me anoté, pagué e hice  los estudios que me recomendó mi médica para darme la autorización... Pero a la hora de ir encontraba todas las excusas: hoy tengo que ir al banco, mañana a hacer tal compra, a la mañana no puedo y a la tarde no llego... Preguntaba alguna cosa en el gimnasio, veía que entraba gente joven, padres con chicos, daba la vuelta y me iba.
“Hay que ponerse a tono con la época. ¿De qué sirve decir en mi tiempo era mejor? Tu tiempo es el hoy y es el mañana, el otro fue el tiempo del pasado..”
Sentirse sapo de otro pozo. Es un lugar enorme armado para gente joven, con equipos muy modernos y ocupado en un 80% por varones. Veía mujeres practicando la piruetas más estrafalarias para mi gusto, con la música muy fuerte y pensé: ¡mira los esfuerzos físicos que realizan, la energía que tienen! Yo sentía su cansancio en mi propio cuerpo, pero ellas -evidentemente- no sentían nada.
¿Por dónde empezar? Hice un poco de bicicleta, también pileta libre, tratando de no molestar a los más rápidos. El agua es ideal, relajante, aunque lleva tiempo cambiarse la ropa. Y debo admitir que el cloro en el pelo no es algo que me agrade, pero hay cremas que lo solucionan. ¡Juega muchísimo la voluntad!
Horarios más tranquilos, más comodidad. Si no te gusta que haya mucha gente, es mejor el mediodía y las primeras horas de la tarde, aunque hay hombres y mujeres que trabajan. Después de las 17 se empieza a llenar. Como somos personas grandes tenemos la posibilidad de estar libres a esas horas. Y tampoco es necesario ir todos los días.
Al salir del gimnasio pensé “cómo me va a costar volver a casa”. Pero no me costó nada, al contrario. De a poquito me va haciendo bien.
Una profe motivadora. Me pasó de ir un domingo después del almuerzo y encontré algo así como mi personal training, una profesora que está por recibirse de médica. Ella me dio una rutina sencilla que tengo que hacer todos los días que vaya. Es insignificante, levantar una barra, hacer step, bajar y subir, cosas que en otra época hubiera hecho con toda facilidad. ¡Pero a mí me costó!
Me gustó encontrarme con ella, ahora tengo los domingos comprometidos, no tengo que pensar qué hacer, con quien salir, ya tengo mi actividad. ¡Y eso me motiva! Cando vos salís con el bolso en la mano, te das una ducha, te sentís rejuvenecido a pesar de ser un sapo de otro pozo, con más energía.

Fuente: Equipo editorial de Aprender Salud
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